LA VIDA EN SUEÑO

LA VIDA EN SUEÑO
BLOG DEDICADO A LOS QUE VEN LA VIDA COMO UN SUEÑO

martes, 5 de noviembre de 2013

MÓRIS (CAPÍTULO V)


Aproximarse al fin de nuestros días, al límite formal de ese precipicio que supone nuestro último reducto, signado por alguna acción preliminar de último momento, creo, se tornará una acción inconsciente sumida en el casi imperceptible y definitivo gran paso hacia la nada, al ya no ser, no estar.

 Los accidentes no resurgen en nuestras mentes como momentos excepcionales, son más bien esos salidos de calendario para sellarse en el olvido.

 Era un día primaveral, de aquellos donde las flores van regando con mantos de color la cercana finalización invernal que como en la vida, corresponden a claroscuros, a tormentas y días frescos pero aún soleados. Mientras conducía, Radio Nacional daba información sobre el estado de carreteras que nunca escucho. Aplicaba mis sentidos a los colores abundantes de la vera del camino. Los girasoles en su despertar giraban hacia el sol, las lavandas parecían perfumar una vida en constante perspectiva, los pinos rompían con la monotonía multicolor del paisaje reunidos en racimos de arboledas distantes unas de otras, como seres vivos que interactúan entre sí. Los ramilletes de flores amarillas bordeando el camino indicaban vivacidad resaltando de entre lo verde como dando un haz lumínico de constante disparidad.

Entonado en la vaguedad de mis recuerdos, comprendí entonces que una historia comienza cada día, que es uno el que va haciendo las veces de personaje de su propia y novelada vida, mis padres, mis amigos, mis hijas y Laura daban luz a cada día de mi vida como aquellas flores que en continua alineación acompañaban mi desplazamiento iluminando mis pensamientos.

Rita, mi hija mayor me había comunicado su embarazo de 3 meses y su decisión de continuar con el mismo. Su embarazo, su enfermedad y su solitaria existencia, se manifestaban como puntos de desencuentro, pero ella al fin y al cabo era como su abuelo, constante, sistemática y valiente. Desde chica había sufrido  los síntomas de una curiosa enfermedad.

La primera vez que escuché sobre aquella afección se dio bajo circunstancias casuales, Rita apenas contaba con seis años y aunque siempre nos había llamado la atención la tardanza de sus reflejos, nunca hubiera imaginado que se trataba de una enfermedad, curiosa, pero enfermedad. La tarde del descubrimiento, casualmente una florida tarde primaveral, no se precisar el año pero fue en los ochenta. Jugábamos con Rita a los goles,  teníamos un balón en el coche por si se nos presentaba la ocasión de jugar un poco. Debo decir que siempre me he resistido en aceptar la generalidad respecto a las pertenencias a uno u otro sexo, Rita tenía muñecas, si, pero también balones y canicas, además casi siempre vestía de color celeste, el rosa ha sido ocasional en su vida, aún hoy me dice que lo ve como un color débil, un rojo que no se anima a serlo, se podría decir lo mismo del celeste con respecto al azul. Pero en cuestión de auto imposiciones personales, uno elije el pretexto que mas convenga para consolidar su teoría.

Esa tarde parecía haberse agudizado el problema o quizá se nos presentara más claramente, en forma evidente. Al enviarle el balón, Rita tardaba más tiempo de lo habitual en tomar la decisión de devolverlo y realizar la maniobra muscular que finaliza con la acción misma, luego, en medio de una forma inadecuada, gesticulaba o emitía alguna que otra palabra en la más absoluta descoordinación. La falta de cohesión provenía de una atetosis o sea de un movimiento muscular lento, pero también de una distonía que supone una contracción de los mismos. No es que yo supiera los términos exactos, fueron estos los que indicó el médico al diagnosticar la enfermedad a la que no llamó por su nombre científico y que aún no se si lo tiene, solo dijo:”le llaman la enfermedad de la parsimonia”, siguiendo con su alocución profesional, manifestó que: “este tipo de afección puede que provenga de una patología somática o no, puede ser una mezcla o bien puede que sea determinada por una herencia familiar, en la mayoría de los casos se desarrolla a estas edades y culmina en la adolescencia o con un primer embarazo, quizá aparezca una corea de gesticulaciones inapropiadas o sin sentido. Además debo decir –culminó – que este tipo de afecciones no es tan común en las mujeres como si lo es en los hombres, en estos últimos es donde más se consolida en la estadística, superando en un grado de 3 a uno al sexo femenino”.

Estas dos últimas frases me retrotrajeron en el tiempo, en segundos se patentizó lo ocurrido con Amanda mi hermana cuando se descubrió que los síntomas que arrastraba de pequeña provenían de una enfermedad denominada TS. La palabra corea despertó mi atención, recordando que el significado de esta es una danza de movimientos comúnmente denominados tics. Por lo demás, también el síndrome de Tourette (nombre científico) es casi privativo del género masculino. En Amanda, aún hoy debo decirlo, hay rastros de tics como si esto tuviera una intención determinada provocada por alguna causa externa o alguna idea subyacente en su foro interno amparada en su más íntima convicción.  La repetición – al igual que sucedió en un principio con Rita – conduce a la habitualidad para finalizar en una reproducción involuntaria sin causa aparente al tiempo que resulta exagerada la forma, intensidad y frecuencia.

El hecho fue que luego de una intensa búsqueda sobre correlación entre las dos enfermedades, se llegó a la conclusión que a pesar de ser concordantes en los síntomas y aunque puede haber algo fundamentado en lo genético, esto es que hay un defecto en el gen#4., todo depende de la cantidad de copias que se traspasen de generación en generación que desemboque en la agudización de la dolencia, en mi hija los síntomas se fueron relativizando con el pasar de los años. Amanda menguó en la profundización de la sintomatología, pero mantuvo inversamente a esta característica, la longitud temporal hasta nuestro presente y aunque lejos está de componer música, comparte enfermedad con Mozart, quizá para sobreponerse al peso de la unilateralidad de una enfermedad incompresiblemente solitaria en la generalidad de la regla.

Mientras mis pensamientos vagaban por los personajes cercanos que han alimentado mi vida, la conducción se había convertido en monótona. Los colores ya no asombraban y la falta de contraste y ebullición seductiva habían convertido mi desplazamiento por el camino primaveral de aquel multicolor de incandescente perspectiva en la tenue mirada confundida en el infinito de mi parabrisas.

Un ruido ensordecedor me alejó de mis pensamientos, un golpe seco sobre el lado izquierdo viró el coche que siguió su recorrido desplazándose inercialmente hacia uno de los lados de la calzada. El momento fue eterno, regresaron a mi las imágenes de una vida en segundos, los altibajos, las reyertas, lo positivo y algunas veces incoherente de mi estancia, que como aquellas florecillas amarillas, daban un haz de luz suave, determinante para aquellos interminables segundos de dislate, al compás de un concierto de lacerantes latosos sonidos.

Sentí que algo salía de mi mismo, un desplazamiento de mis sensoriales aptitudes que iban alejando de su núcleo hacia el lado contrario sobre el cual se movía toda aquella materia estridente.

Un silencio comenzó a ahondar el momento, un agudo dolor intercostal, mis piernas entumecidas y mi cabeza virando otra vez sobre pensamientos ahora confusos enrevesados, y un líquido rojizamente pardo comenzaba a bullir desde el centro de mi abdómen, sintiéndome mojado, quizá con más dudas que humedad, dudas sobre certezas de las que había hecho causa, sobre las que había cabalgado convencido en razones inalterables, razones propias quizá ejercidas en forma egoísta, un balance atónito de rápido y cruel contenido me indicaba como principio un fin que coloreaba todas las imágenes del instante.

Sin precisar el tiempo transcurrido me adjudiqué una idea absurda: “Un ateo en el cielo”, pensé en lo inconmensurable del trance de sentir mis primeros olores mortales, olores conscientes de un nuevo nacimiento pero ahora en la muerte. Suave y despaciosamente entreabrí mis ojos en lo que supuestamente era el cielo que según cartel indicativo residía en alguna parte del continente europeo, mas precisamente en Suiza. Leia apenas: SCHILLER, Swiss made, sonreí con unas pocas fuerzas convincentes y pensé en Frederick Schiller ese poeta alemán que tanto había costado adosar a mi preferencia literaria hasta que con su poema “Éxtasis por Laura” terminó por convencerme.
Quizá la blancura y asepsia del lugar me indicaban que estaba en el paraíso, sabía que el paraíso tiene siete puertas, dudé de mi perspicacia de saber cual golpear, solo sabía que para llegar a él había que cumplir el protocolo de estar muerto.
Pronto entendí que Schiller era una marca de medidores de signos vitales antes que poéticos y que el cielo no estaba en Suiza sino en la habitación 106 de un hospital perdido en un valle rodeado de montañas. Así mi desvanecido cuerpo, no titubeó a instantes seguidos en percibir una presencia sobredimensionada, alguien que con su simple respiración cercana daba placidez a mi decaída vitalidad. Su mano sobre el borde izquierdo de mi cama y su sonrisa implacablemente cordial daban curso a la mía, que en un estado soñoliento agradecía en contagiosa correspondencia. Dormía y por momentos volvía a surgir desde las sábanas como el alter ego de mi mismo para manifestar mi consecuente permanencia a este mundo letal, volviendo a caer en aquel sopor inducido por la medicina y el estado de mi convalides. Sin embargo, Móris allí estaba, en medio de mis alegaciones de presencia soñolienta y mi ambiental y total desaparición.
Su presencia, esta vez, fue casi sin palabras, aunque lo que siempre simboliza Móris (aún sin decirlo en palabras) despertaba mi interés y debía cumplimentar su pregunta buscando la respuesta que me era sugerida subrepticiamente, pero era su forma de hacerlo, con autoridad pero sin que se note demasiado, creando intriga y nunca en forma insistente. Era como si su voz, fuera mi propia voz, la voz de aquel amigo invisible que vivía en la terraza de mi infancia, como si se hubiera materializado para preguntar por mis respuestas, para responder por mis preguntas.
Esa tarde de accidente simplemente atinó a decir:
“solo lo provisorio dura y tu lo eres, eres provisorio, lo ocurrido es una contingencia, que como todas las contingencias, de mucho transitarlas se convierten en vida”.
 

martes, 5 de febrero de 2013

LA PROPUESTA

El catarro me estaba poseyendo, el resfrío, lejos de desaparecer comenzaba a profundizarse y planear sus vacaciones entre tissues que iban entrando en el cesto a poco de haber sido abiertos. El desgano que procede a una enfermedad no deja, a pesar de todo, que se interrumpa mi estilo personal en inquietarme por descubrir cosas que, más allá de lo novedoso, me ayudan a una posible historia. Pensaba en Laura, no sé si es porque dispongo de tiempo o porque me estoy acostumbrando a su forma, a su respuesta, al juego que jugamos desde el primer día. Lo cierto que entre esos enrevesados pensamientos, entre idas y venidas hacia la cocina, vigilando mi caldo de pollo, me entretenía leyendo por internet, más bien esquivando las noticias características que nos invaden día a día, La bolsa, Cristiano, los goles de Messi, la crisis......esperaba algo mejor, claro todo estaba allí pero mi ojo experto ignoraba aquello que parece lluvia sobre lata y que ya no nos deja ni siquiera perplejos, lo malo se ha instalado para ser costumbre, pero yo, animal irreverente instalado en el desagrado, en descontento, insisto en que debemos buscar lo mejor, lo diferente. En eso estaba yo cuando leí algo que esta vez sí llamó mi atención, entre tanta noticia repetida, había algo en letra pequeña que asomaba como ese sol radiante en el comienzo de las mañanas, algo de esperanza aunque luego se nuble. El texto decía : "Estrategias para una propuesta" "Estar juntos no significa estar de acuerdo en todo, aun sin parecerlo, siempre estamos negociando para conseguir lo que queremos, lo que nos atrae. Si uno necesita decirle algo a ella o a él, debe hacerlo con la mayor naturalidad posible. Claro que siempre hay, por personalidad, quien prevalezca más que el otro, alguien con más labia o fuerza que trata de imponerse. Lo normal en cualquier caso es ceder en ciertas ocasiones (que no en todas) igualmente, sea como sea, hay cosas a las que uno no debe renunciar tan fácilmente, pero son cosas que están, que viven en nuestros tuétanos, de lo que estamos hechos, el porque somos así, que nos hace serlo. Quererse uno mismo y valorar nuestras capacidades es un seguro de vida en cualquier relación, es el aporte que podemos dar desde el otro lado. Valorarse y estar a gusto con nosotros, con nuestro físico es muy importante a la hora de la seducción, así que lo primero es creérselo, creer que somos magníficos ya que eso más tarde o más temprano se traslada. Elegir el momento, antes de cualquier solicitud, debemos tomar en cuenta el ambiente que sea el adecuado, no podemos abordarle de buenas a primeras, sin una antesala, ni interrumpirla para mostrar que lo que decimos es más importante que lo que dice ella. Debe haber una cierta relajación (aunque si fuera la primera vez que lo propones, se torna difícil) no debe haber estrés ni cosas por hacer, de esta manera se está más receptivo a escucharse. Debemos intentar que el lugar no sea común, digamos que aunque sea común a los mortales, no lo sea para las dos personas intervinientes. La conversación quizá no verse sobre hechos importantes pero en medio de ella y en forma natural (camuflado) como si uno estuviera hablando del tiempo, se hace presente la propuesta. Con tacto y sin miedo, así se proyecta una buena estrategia. Las mujeres generalmente suelen poner en juego sus armas de seducción cuando quieren algo y casi siempre tiran de sus encantos y eso manifiesta su sexualidad. Pero la palabra es una de las formas de seducción más poderosa, claro que es importante lo que se dice, pero de igual calibre es la importancia del como se lo dice, la posibilidad de una respuesta negativa, puede producir un vacilamiento y eso modificaría seguramente el sentido de lo que pretendemos. Debemos tener en claro lo que queremos, y que no lo queremos por un bien individual, sino que el bien beneficiará a ambos, "los dos nos veremos beneficiados". "La forma es importante, impregnada de palabras dulces y un tono suave, evitando toda brusquedad y sin ser demasiado directo, después de todo eso dará el nivel de comprendimiento y receptividad que el otro tiene en ese mundo mágico en el que perviven mientras están juntos. El enfoque debe ser plural, no hay que pedir por uno, ya que como se dijo, el beneficio es para dos, no se debe mirar únicamente desde una perspectiva y que el otro vea únicamente una necesidad momentánea, si uno piensa en una modificación, en algo nuevo, positivo, que este cambio se manifieste por sí mismo en un bien para los dos. Llegados a esta circunstancia, dejar entrever al otro como se beneficiará al ceder a la petición". Al leer esto me pareció comprender que yo también debía tener una estrategia, me sentí igual de enfermo, pero con ideas renovadas, bueno, la verdad es que el caldo también hizo lo suyo. Volví a mi pensamiento inicial: Laura, cavilé en la mejor forma de decírselo, buscar el momento y lugar adecuado, casi copiando el artículo, iría yo a por todas, subrepticiamente claro. Antes debía pensar que lo primero debería suceder es una mejoría, este catarro quizá no me deje ser del todo locuaz, necesito que se me entienda, que interprete la proposición. He pensado mucho en ello ya desde antes del caldo y no veo errores en mi estrategia, se lo diré el sábado, si el sábado es un buen día y será de noche con lo que un poco de penumbra ayudará, por eso del ambiente. A pesar de todo debo confesar que no sería la primera vez que lo hacemos, por lo tanto quizá la propuesta adolezca del factor sorpresa, pero si la primera vez fue bien, no tiene porque no serlo esta segunda. Bueno, me armaré de valor, esperaré el momento oportuno y el sábado mismo le digo a Laura si quiere cenar conmigo. .