EL PODER VIVE EN SU BURBUJA, EN TODO EL MUNDO EL DESCONTENTO ES TOTAL. PODEMOS TRADUCIR LA PALABRA "INDIGNADO" AL FRANCES, INGLES, ALEMAN O GRIEGO, DA IGUAL, YO ESCRIBO "INDIGNADO" MUCHOS VIVEN DE ESA FORMA (INDIGNADOS) Y NO TIENEN POSIBILIDAD DE REVANCHA. ME PREGUNTAN QUE SUCEDIÓ EN LONDRES, ¿HA SIDO CRIMINALIDAD O DESCONTENTO? QUIZÁ UNA MEZCLA, PERO LO QUE SE DECANTA ES QUE HAY UNA NUEVA CLASE SOCIAL EUROPEA: "JÓVENES SIN FUTURO".
PODEMOS ANALIZAR EL CASO DE GRECIA, EL DE ESPAÑA, EL MAS RECIENTE EN LONDRES. VEAMOS, EN INGLATERRA UN JÓVEN DE 18 AÑOS SOLO PUEDE TRABAJAR EN VERANO, O SEA CONTRATOS PRECARIOS, AHORA BIEN, SI EN SU CASA SUS PADRES NECESITAN DE SUBSIDIOS Y ESTOS ESTÁN SIENDO RECORTADOS, ENTONCES COMO HACEN PARA PODER SUBISISTIR (QUE NO ES VIVIR)LA GENTE SE MANIFIESTA POR LOS BARRIOS EN ESPERA DE ALGUN CAMBIO, PERO EL DETERIORO ES ALGO QUE ESTÁ INSTALADO GRACIAS A LOS "REPRESENTANTES" QUE SE ELIGEN "SIN OPCIÓN", LOS IMPUESTOS SUBEN, EL IVA AL 20%,MIENTRAS LOS SALARIOS: CONGELADOS HACE TRES AÑOS O SEA UN COCKTEL MOLOTOFF.
ESTO ES EUROPA, PERO EL MAL ANDA POR TODOS LOS CAMINOS, NO TIENE FRONTERAS, EN ARGENTINA POR EJEMPLO, SOLO TIENE TRABAJO ESTABLE EL 43% DE LA POBLACIÓN. EN LA CUNA DEL PRIMER MUNDO, LA DEUDA ES ASTRONÓMICA, LA GENTE PERVIVE, SUFRE.
ES LA VIVA HISTORIA DE UNA DECADENCIA, DE UNA SOCIEDAD DE LA QUE SALEN LOS GOBERNANTES Y LOS GOBERNADOS, ESTOS QUE DEJAN SIN OPCIONES A LOS SEGUNDOS.
sábado, 20 de agosto de 2011
lunes, 15 de agosto de 2011
HAZLO POR TU SALUD!!
El sexo puede beneficiar a tu salud de muchas maneras. Aquí tienes siete azones 'saludables' por las que practicar sexo; motivos más que de sobra para dar y recibir un poco de amor, en cualquier momento.
El sexo, un aliado para la buena salud
Bueno para el corazón
El sexo es bueno para el corazón. Al igual que cualquier esfuerzo físico, el sexo es una forma de hacer ejercicio cardiovascular, lo que mantiene el corazón latiendo más rápido y te ayuda a estar en forma. Es más, diversos estudios han demostrado que los hombres que tienen relaciones sexuales dos o más veces por semana reducen a la mitad su riesgo de sufrir un ataque al corazón.
Ayuda a perder peso
Al igual que cualquier forma de ejercicio, el sexo ayuda a perder peso. Tener relaciones sexuales durante 30 minutos puede quemar 85 calorías. Por poner un ejemplo: con 15 minutos en la cinta puedes quemar hasta 200 calorías. Por tanto, 42 sesiones de media hora, podrían hacerte perder un kilo de peso.
Estimula el sistema inmunológico
Aunque hay un montón de enfermedades de transmisión sexual, por el simple contacto con otras personas, el sexo seguro entre parejas sanas puede darnos nuevas herramientas para luchar contra la enfermedad.
Se ha demostrado que tener sexo una o dos veces por semana ayuda a tener mayores niveles de inmunoglobulina A o IgA, un anticuerpo que nos ayuda a protegernos de enfermedades respiratorias comunes como el resfriado o la gripe.
Pero sin embargo, no hay que ir más allá, en esos mismos estudios, los que tenían sexo tres o más veces a la semana tenían niveles más bajos de anticuerpos.
Reduce el riesgo de cáncer de próstata
Para los más jóvenes, el sexo reduce el riesgo de cáncer de próstata. Los investigadores han descubierto que los hombres de 20 años con cinco o más eyaculaciones por semana tienen un tercio menos de probabilidades de desarrollar este tipo de cáncer en la edad adulta. Aunque no encontraron tal correlación para los hombres mayores.
[Relacionado: Sustitutos naturales para 'rendir' más]
Alivia el estrés
El sexo mejora el estado de ánimo. El cerebro libera endorfinas durante y después del sexo, y estos neurotransmisores crean una sensación de euforia, mientras que enmascaran los efectos negativos del estrés.
Los investigadores también han encontrado que el sexo disminuye la presión arterial, lo cual es bueno para la salud y te permite mantener la calma en situaciones de estrés.
Alivia el dolor
Las endorfinas y la presión arterial también significa que el sexo alivia el dolor. Las endorfinas se liberan durante el acto sexual, debido a los elevados niveles de la hormona oxitocina en su organismo. Esto ha servido, entre otras cosas, para aliviar el dolor artrítico y menstrual. Disminuir la presión arterial también puede ayudar a aliviar las migrañas.
Te ayuda a dormir
Además de aliviar el estrés y el dolor, la oxitocina generada durante el sexo ayuda a dormir mejor. El sexo te relaja, promoviendo un sueño más profundo y reparador.
¿Qué más necesitas?
domingo, 7 de agosto de 2011
CAMBIAR DE HOMBRES NO SIRVE, HAY QUE CAMBIAR EL SISTEMA
El sábado 30 de julio por la tarde, mientras nos manifestábamos en Jerusalén, miré a mi alrededor y vi un río de gente que recorría las calles. Había miles de personas que llevaban años sin hacer oír sus voces, que habían abandonado toda esperanza de cambio, que se habían encerrado en sus problemas y su desesperación.
"Hace tiempo que no hablamos entre nosotros, y más aún que no escuchamos"
No les resultó fácil unirse a los jóvenes ruidosos provistos de altavoces. Quizá por la timidez propia de unas personas poco acostumbradas a levantar la voz, sobre todo en medio de un coro de gritos. A veces, tenía la impresión de que nos mirábamos asombrados e incrédulos, sin creernos del todo lo que salía de nuestras bocas. ¿De verdad éramos aquella turba, aquella muchedumbre indignada, que levantaba el puño como habíamos visto hacer en Túnez y Egipto, en Siria y Grecia? ¿Queríamos serlo? ¿Hablábamos en serio cuando gritábamos "¡revolución!"? ¿Qué ocurriría si lo conseguíamos y los lazos que mantenían unida nuestra frágil nación se deshacían? ¿Y si las protestas y las pasiones se transformaban en anarquía?
Sin embargo, después de un rato de desfilar, algo empezó a recorrer nuestras venas: el ritmo, la energía, el sentimiento de unidad. No una unidad que nos intimidase y nos aplastara, sino una unidad heterogénea, abigarrada, familiar e individual al mismo tiempo, una unidad que nos proporcionaba un fuerte sentimiento: aquí estamos, haciendo lo que es debido. Por fin.
Pero entonces llegó la desolación: ¿dónde estábamos hasta ahora? ¿Cómo hemos permitido todo esto?
¿Cómo pudimos resignarnos a que el Gobierno elegido por nosotros convirtiera nuestros sistemas de educación y de salud en un lujo? ¿Por qué no gritamos y protestamos cuando el Ministerio de Economía aplastó a los trabajadores sociales en huelga, y antes de ellos a los discapacitados, a los supervivientes del Holocausto, los ancianos y los jubilados? ¿Cómo es posible que durante años empujáramos a los pobres y los hambrientos a una vida de humillaciones sin fin, en comedores sociales y otras instituciones de beneficencia? ¿Cómo es posible que abandonásemos a los trabajadores extranjeros a merced de personas que les perseguían y les vendían como esclavos de todo tipo, incluso sexuales? ¿Por qué nos acostumbramos a la rapiña de las privatizaciones, que provocó la pérdida de la solidaridad, la responsabilidad, la ayuda mutua, el sentimiento de pertenecer a una misma nación?
Por supuesto, semejante apatía se debió a muchos motivos, pero, en mi opinión, la ocupación es el factor que más ha contribuido al fracaso de los sistemas de control y alerta en la sociedad israelí. Los sectores más enfermos y perversos de nuestra sociedad salieron a la superficie mientras nosotros, tal vez por temor a enfrentarnos a la realidad de nuestras vidas, nos dedicábamos con gran placer a todo tipo de cosas concebidas para embrutecer nuestros sentidos y ocultar esa realidad. De vez en cuando, cuando nos mirábamos en el espejo, algunos se sentían satisfechos por lo que veían y otros se estremecían, pero incluso estos últimos decían: bueno, qué se le va a hacer; suspiraban y le echaban la culpa a La Situación [el conflicto árabe-israelí], como si fuera nuestro destino o un decreto de las alturas. Más aún, dejamos que la televisión comercial llenara el vacío en nuestra conciencia colectiva y pasamos a definirnos en función de luchas por la supervivencia y comportamientos depredadores, a atacarnos unos a otros sin piedad y a despreciar a cualquiera que fuera más débil, o diferente, o menos bello, menos rico o menos listo. Hace años que no hablamos entre nosotros, y más tiempo aún que no escuchamos. Al fin y al cabo, en una atmósfera de codicia y egoísmo, cómo no vamos a atacar a los demás y a pulverizarlos, si eso es precisamente lo que nos enseñan en cada momento: sálvese quien pueda.
Cuanto más nos agotábamos negando sin cesar la realidad, más invitábamos a la opresión, la manipulación y el embrutecimiento de nuestros sentidos, y nos fuimos convirtiendo en víctimas de una política secreta -y eficaz- de divide y vencerás. De modo que una cosa llevó a otra, y nuestras reflexiones honradas sobre el destino y la fatalidad disminuyeron hasta quedarse en peleas por "quién ama al Estado de Israel y quién lo odia", "quién es leal y quién es traidor", "quién es un buen judío", en vez de "quién se ha olvidado de que es judío"; cualquier discusión racional está hoy cubierta de una capa de sentimentalismo, el sentimentalismo patriótico y nacionalista del fariseísmo y el victimismo, la posibilidad de hacer una crítica inteligente de la situación ha ido reduciéndose, e Israel, al final, actúa y se comporta con sus ciudadanos de manera totalmente contraria a los valores e ideales que en otro tiempo le daban su carácter extraordinario y el oxígeno que respiraba.
No obstante, de pronto, en contra de todas las predicciones, hay algo que se ha despertado. La gente se frota los ojos y empieza a abrirse a ese algo, todavía indefinible e impredecible, incluso indescriptible, pero que está adquiriendo forma a través de eslóganes rescatados del tópico, como "¡el pueblo exige justicia social!" y "¡queremos justicia, no caridad!" y otros sentimientos recuperados de épocas anteriores. Existen en el aire indicios de una posible curación, un tikkun, y, por primera vez en mucho tiempo, volvemos a respetarnos a nosotros mismos, como ciudadanos individuales y como pueblo de Israel.
Este despertar está lleno de fuerza, pero también de ingenuidad, y puede embriagarnos. Resulta tentador dejarse llevar por la euforia ante todo lo que ha inspirado este giro de los acontecimientos, hacernos la ilusión de que, una vez más, estamos derribando un viejo orden hasta sus cimientos. Pero no es exactamente eso: el viejo orden no estaba tan mal. Tuvo sus grandes logros, que, entre otras cosas, permiten que el movimiento de protesta exprese sus aspiraciones y que se hagan realidad al menos algunas de ellas. Por eso es imperativo que esta lucha utilice un lenguaje distinto al de otras luchas anteriores que ha habido en este país. Por encima de todo, la lucha debe basarse en el diálogo, para ser socios, y no agentes de unos intereses estrechos y egoístas; personas de principios, y no unos oportunistas sectarios; para no vivir según el versículo "cada uno a su tienda, Israel". Esa es la única manera de que este movimiento siga teniendo el inmenso apoyo de la población con el que ha contado hasta ahora. El carácter ligeramente confuso del movimiento es precisamente el que hace posible que los distintos grupos reunidos en él conserven sus propias opiniones políticas diferentes al mismo tiempo que comparten -por primera vez en decenios- un programa común humano y cívico, que nos hace estar orgullosos de pertenecer a esta comunidad. ¿Quién, en Israel, puede permitirse el lujo de renunciar a unos bienes tan escasos?
Este movimiento de protesta y sus ecos nos ofrecen una oportunidad de acercamiento entre distintos elementos de la sociedad que no se comunicaban desde hacía generaciones: religiosos y laicos; árabes y judíos; miembros de clases sociales distintas y distantes. En este proceso de identificar lo que tienen en común y lo que pueden conseguir, incluso la derecha y la izquierda pueden emprender un diálogo más realista y comprensivo; por ejemplo, sobre la apatía de la izquierda ante quienes tuvieron que recolocarse tras la retirada de Gaza, una herida abierta entre los colonos. Dicho diálogo quizá pueda aún salvar lo que sea posible del concepto de solidaridad, que un país en nuestra situación no puede dejar desaparecer. En otras palabras, si podemos encontrar este movimiento de protesta en las palabras del poeta Amir Gilboa -"Un día, un hombre se despierta por la mañana y siente que es una nación, y empieza a caminar"-, entonces debe continuar como el poema: "Y a todos los que se encuentra por el camino les dice: 'Que la paz sea contigo'".
Es fácil criticar la evolución de este movimiento recién nacido y arrojar dudas sobre él. Siempre es más sencillo encontrar motivos para no hacer algo audaz y definitivo. Pero quien escuche los latidos de los corazones de los manifestantes -no solo en el bulevar Rothschild de Tel Aviv, sino también en los barrios pobres del sur de la ciudad, y en los de Jerusalén, y Ashdod, y Haifa y Beit Shean- se dará cuenta de que se ha abierto una ventana a un futuro diferente. Ese es el momento propicio para que suceda algo así, y, para gran sorpresa de todo el mundo, la gente, por fin, está verdaderamente adhiriéndose a la causa. Tal vez es eso lo que quería decir la joven que se me acercó en la manifestación de Jerusalén y me dijo: "Mira. Todavía faltan líderes, pero la gente ya está aquí".
© 2011, David Grossman. Traducido del inglés por María Luisa Rodríguez Tapia.
"Hace tiempo que no hablamos entre nosotros, y más aún que no escuchamos"
No les resultó fácil unirse a los jóvenes ruidosos provistos de altavoces. Quizá por la timidez propia de unas personas poco acostumbradas a levantar la voz, sobre todo en medio de un coro de gritos. A veces, tenía la impresión de que nos mirábamos asombrados e incrédulos, sin creernos del todo lo que salía de nuestras bocas. ¿De verdad éramos aquella turba, aquella muchedumbre indignada, que levantaba el puño como habíamos visto hacer en Túnez y Egipto, en Siria y Grecia? ¿Queríamos serlo? ¿Hablábamos en serio cuando gritábamos "¡revolución!"? ¿Qué ocurriría si lo conseguíamos y los lazos que mantenían unida nuestra frágil nación se deshacían? ¿Y si las protestas y las pasiones se transformaban en anarquía?
Sin embargo, después de un rato de desfilar, algo empezó a recorrer nuestras venas: el ritmo, la energía, el sentimiento de unidad. No una unidad que nos intimidase y nos aplastara, sino una unidad heterogénea, abigarrada, familiar e individual al mismo tiempo, una unidad que nos proporcionaba un fuerte sentimiento: aquí estamos, haciendo lo que es debido. Por fin.
Pero entonces llegó la desolación: ¿dónde estábamos hasta ahora? ¿Cómo hemos permitido todo esto?
¿Cómo pudimos resignarnos a que el Gobierno elegido por nosotros convirtiera nuestros sistemas de educación y de salud en un lujo? ¿Por qué no gritamos y protestamos cuando el Ministerio de Economía aplastó a los trabajadores sociales en huelga, y antes de ellos a los discapacitados, a los supervivientes del Holocausto, los ancianos y los jubilados? ¿Cómo es posible que durante años empujáramos a los pobres y los hambrientos a una vida de humillaciones sin fin, en comedores sociales y otras instituciones de beneficencia? ¿Cómo es posible que abandonásemos a los trabajadores extranjeros a merced de personas que les perseguían y les vendían como esclavos de todo tipo, incluso sexuales? ¿Por qué nos acostumbramos a la rapiña de las privatizaciones, que provocó la pérdida de la solidaridad, la responsabilidad, la ayuda mutua, el sentimiento de pertenecer a una misma nación?
Por supuesto, semejante apatía se debió a muchos motivos, pero, en mi opinión, la ocupación es el factor que más ha contribuido al fracaso de los sistemas de control y alerta en la sociedad israelí. Los sectores más enfermos y perversos de nuestra sociedad salieron a la superficie mientras nosotros, tal vez por temor a enfrentarnos a la realidad de nuestras vidas, nos dedicábamos con gran placer a todo tipo de cosas concebidas para embrutecer nuestros sentidos y ocultar esa realidad. De vez en cuando, cuando nos mirábamos en el espejo, algunos se sentían satisfechos por lo que veían y otros se estremecían, pero incluso estos últimos decían: bueno, qué se le va a hacer; suspiraban y le echaban la culpa a La Situación [el conflicto árabe-israelí], como si fuera nuestro destino o un decreto de las alturas. Más aún, dejamos que la televisión comercial llenara el vacío en nuestra conciencia colectiva y pasamos a definirnos en función de luchas por la supervivencia y comportamientos depredadores, a atacarnos unos a otros sin piedad y a despreciar a cualquiera que fuera más débil, o diferente, o menos bello, menos rico o menos listo. Hace años que no hablamos entre nosotros, y más tiempo aún que no escuchamos. Al fin y al cabo, en una atmósfera de codicia y egoísmo, cómo no vamos a atacar a los demás y a pulverizarlos, si eso es precisamente lo que nos enseñan en cada momento: sálvese quien pueda.
Cuanto más nos agotábamos negando sin cesar la realidad, más invitábamos a la opresión, la manipulación y el embrutecimiento de nuestros sentidos, y nos fuimos convirtiendo en víctimas de una política secreta -y eficaz- de divide y vencerás. De modo que una cosa llevó a otra, y nuestras reflexiones honradas sobre el destino y la fatalidad disminuyeron hasta quedarse en peleas por "quién ama al Estado de Israel y quién lo odia", "quién es leal y quién es traidor", "quién es un buen judío", en vez de "quién se ha olvidado de que es judío"; cualquier discusión racional está hoy cubierta de una capa de sentimentalismo, el sentimentalismo patriótico y nacionalista del fariseísmo y el victimismo, la posibilidad de hacer una crítica inteligente de la situación ha ido reduciéndose, e Israel, al final, actúa y se comporta con sus ciudadanos de manera totalmente contraria a los valores e ideales que en otro tiempo le daban su carácter extraordinario y el oxígeno que respiraba.
No obstante, de pronto, en contra de todas las predicciones, hay algo que se ha despertado. La gente se frota los ojos y empieza a abrirse a ese algo, todavía indefinible e impredecible, incluso indescriptible, pero que está adquiriendo forma a través de eslóganes rescatados del tópico, como "¡el pueblo exige justicia social!" y "¡queremos justicia, no caridad!" y otros sentimientos recuperados de épocas anteriores. Existen en el aire indicios de una posible curación, un tikkun, y, por primera vez en mucho tiempo, volvemos a respetarnos a nosotros mismos, como ciudadanos individuales y como pueblo de Israel.
Este despertar está lleno de fuerza, pero también de ingenuidad, y puede embriagarnos. Resulta tentador dejarse llevar por la euforia ante todo lo que ha inspirado este giro de los acontecimientos, hacernos la ilusión de que, una vez más, estamos derribando un viejo orden hasta sus cimientos. Pero no es exactamente eso: el viejo orden no estaba tan mal. Tuvo sus grandes logros, que, entre otras cosas, permiten que el movimiento de protesta exprese sus aspiraciones y que se hagan realidad al menos algunas de ellas. Por eso es imperativo que esta lucha utilice un lenguaje distinto al de otras luchas anteriores que ha habido en este país. Por encima de todo, la lucha debe basarse en el diálogo, para ser socios, y no agentes de unos intereses estrechos y egoístas; personas de principios, y no unos oportunistas sectarios; para no vivir según el versículo "cada uno a su tienda, Israel". Esa es la única manera de que este movimiento siga teniendo el inmenso apoyo de la población con el que ha contado hasta ahora. El carácter ligeramente confuso del movimiento es precisamente el que hace posible que los distintos grupos reunidos en él conserven sus propias opiniones políticas diferentes al mismo tiempo que comparten -por primera vez en decenios- un programa común humano y cívico, que nos hace estar orgullosos de pertenecer a esta comunidad. ¿Quién, en Israel, puede permitirse el lujo de renunciar a unos bienes tan escasos?
Este movimiento de protesta y sus ecos nos ofrecen una oportunidad de acercamiento entre distintos elementos de la sociedad que no se comunicaban desde hacía generaciones: religiosos y laicos; árabes y judíos; miembros de clases sociales distintas y distantes. En este proceso de identificar lo que tienen en común y lo que pueden conseguir, incluso la derecha y la izquierda pueden emprender un diálogo más realista y comprensivo; por ejemplo, sobre la apatía de la izquierda ante quienes tuvieron que recolocarse tras la retirada de Gaza, una herida abierta entre los colonos. Dicho diálogo quizá pueda aún salvar lo que sea posible del concepto de solidaridad, que un país en nuestra situación no puede dejar desaparecer. En otras palabras, si podemos encontrar este movimiento de protesta en las palabras del poeta Amir Gilboa -"Un día, un hombre se despierta por la mañana y siente que es una nación, y empieza a caminar"-, entonces debe continuar como el poema: "Y a todos los que se encuentra por el camino les dice: 'Que la paz sea contigo'".
Es fácil criticar la evolución de este movimiento recién nacido y arrojar dudas sobre él. Siempre es más sencillo encontrar motivos para no hacer algo audaz y definitivo. Pero quien escuche los latidos de los corazones de los manifestantes -no solo en el bulevar Rothschild de Tel Aviv, sino también en los barrios pobres del sur de la ciudad, y en los de Jerusalén, y Ashdod, y Haifa y Beit Shean- se dará cuenta de que se ha abierto una ventana a un futuro diferente. Ese es el momento propicio para que suceda algo así, y, para gran sorpresa de todo el mundo, la gente, por fin, está verdaderamente adhiriéndose a la causa. Tal vez es eso lo que quería decir la joven que se me acercó en la manifestación de Jerusalén y me dijo: "Mira. Todavía faltan líderes, pero la gente ya está aquí".
© 2011, David Grossman. Traducido del inglés por María Luisa Rodríguez Tapia.
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