Me parece que entrarás por la puerta para decirme que no hubo un tiempo interrumpido, que la vida es esto que estamos viviendo y que los tomates están frescos fuera de la nevera y habría que cortarlos para el almuerzo.
A veces te escucho entre esta tiniebla de mi soledad, te dibujas en palabras, me das el aliento para salir de madrugada, para cocer las redes de mi esperanza, dar sentido a las horas de este transcurso que nos lleva por entre las sombras del desacierto, con destino a la luz que plantean tus faldas.
A veces, a veces doblo mis dedos para recordarte en las mañanas, tu nuca, tu espalda, la veracidad de tu presencia en el color de las sábanas. El amor descansa de la noche mágica, complemento de sudores, remanso de olores, rumor de agitación.
Todo te recuerda, vienes a veces, vienes ahora, pero vienes, lo haces siempre, como acostumbrada al movimiento de las aguas, al vaivén de la barca, al sueño de lo soñado, a la tempestad del desacuerdo, a la infinita calma de aquellas comparecencias.
Ya ves, puedo hablar de ti sin nombrarte, imaginarte en la sugerencia, creerte a mi lado y no en esta injusticia impar, disparidad de solo uno, cuando tan bien nos iba el dos.