El
hombre culto
Borges rebozaba
memoria, impostaba literatura y perfección en sus frases a las que
dedicaba ese tiempo donde uno las da vuelta para cambiar su
significado. Sus citas eran infalibles y sus temas amplios por la
exhaustividad al tratarlos. Sus palabras perdían grandilocuencia,
ganaban en significado, limitaba sus frases haciendo que, aunque
parezca contradictorio, estas abarquen más.
La metáfora fue su
gran herramienta para ganar extensión.
Borges capturó la
vida a través de los símbolos, el espejo, el tigre, la piedra, la moneda, el
laberinto, mostraban su poder metafórico de explicar la realidad.
“Toda las rosas
están en la palabra rosa, todos los mares en la palabra mar”.
El sueño, del que
hizo su gran matriz, como cuando afirma del hombre que sueña otros
hombres:
“Un solo hombre ha
nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario
es mera estadística, pura añadidura”.
Lo fantástico le
viene dado por un accidente casero, una caída que lo lleva al
insomnio y escribe sobre seres imaginarios y sobre aquella ave
chestertiana que construye su nido al revés y vuela para atrás,
porque no le importa a dónde va, sino dónde ha estado.
La memoria
En un connato sobre
sí mismo crea Funes el memorioso, mostrando que la memoria es
recuerdo pero también deviene del tiempo. En Funes, ese prodigio de
la memoria, extiende la red metafórica del insomnio, tan suyo, tan
personal como esa misma memoria que le impregna a su personaje.
Borges, hombre tan
prodigioso como su Funes. Me parece escucharlo recitando poemas, a
veces hasta en alemán, con fechas, autores, confirmaciones
literarias. Borges, el hombre culto, el memorioso.