Escribir es un delicado proceso entre la escritura y la estructura. Una música compleja con sentido, graduación e inspiración.
A escribir, desde ya, no se puede enseñar, la verdadera tarea de quien lleva adelante un taller literario es enseñar a corregir. Hay una primera escritura que debemos depurar y una segunda y todas las que nos dicte nuestro cuerpo, claro que bien se ha dicho que se publica para no seguir corrigiendo.
La constancia y el trabajo en la música y en la pintura es más claro, el esfuerzo es visiblemente necesario, en la escritura muchas veces no logramos verlo, no vemos que sea un oficio, un trabajo.
Cualquier iniciado en la escritura debe tomar en cuenta que no hay edad para tal inicio y que además lo más reconocidos comenzaron con versiones de bajo nivel, luego el oficio, el trabajo y la lectura han acabado por convertirlo, iniciarlo en esta ardua tarea de escribir.
Hay una magia en la inspiración, pero no llega espontáneamente, es en realidad la constancia, la paciente tarea de escribir, el escritor: escribe, no se puede ser escritor sin escribir. La dedicación debe ser contínua, Baudelaire decía que el trabajo es una forma desesperada de divertirse. La constancia en el trabajo es un signo de la voluntad y provee ideas y se estimula la imaginación en esa especie de mayéutica constante que se convierte en la matriz del escritor.
Se escribe jugando, pero debemos entender ese juego, el juego de la literatura y entender la reacción del lector en la propuesta. El lector no es nuestro cómplice, en todo caso, es un examinador que espera el momento para cerrar el libro y dedicarse a otra cosa, la contracara, es el interés que el escritor debe insuflarle para que ocurra lo contrario. Para que nuestro lector deje un párrafo interesado en el siguiente.
Escribir es sentir que nos seduce buscar dentro nuestro esos pensamientos convertidos en historias, que nos ahonda esa felicidad que consiste en que las letras abaztescan nuestra necesidad de vivir.
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