LA VIDA EN SUEÑO

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BLOG DEDICADO A LOS QUE VEN LA VIDA COMO UN SUEÑO

martes, 4 de marzo de 2008

Futuros Recuerdos



Hay cartas que raramente se envían. Supongo que esta tendrá el mismo destino de tantas otras: el cajón de mi escritorio.
Montroy, Febrero 22 de 2007

Querida Laura:

Hemos compartido el mundo de una generación conflictiva que proyectó sobre nuestras vidas una forma de sentir. Con esto significo que podemos hablar de las mismas cosas, que son nuestras, que son inherentes a nuestro devenir. La música por ejemplo: el bolero es tan nuestro como el “Ayer” de Lennon.

Me has dejado un sendero con señales, que yo, metido en esa cotidaniedad convertida en rutina que no debí dejar que nos abarcara no supe percibir, esas señas que ibas dejando como alertas, como si me mostraras lugares vacíos que en algún momento serían ocupados, que provocarían un desplazo. Este último tiempo has tenido varias ocasiones de decírmelo pero se que para ti es difícil decirlo, casi tanto como para mi el haberlo escuchado.

Se que no hay nada mejor que el tiempo para pasar; y pasa. El tiempo pasa. Imagina, hace un año ya. Un año que se diluyó en una tensa calma, en un tórrido transcurso de días de irrelevante sonoridad, claxon de la vida que de tanto oírlos acostumbra nuestro sentido auditivo: se nos hacen comunes, asimilables. Sin embargo aquellos que quisiéramos escuchar, se nos alejan, se añoran Laura. Cada vez más me concientizo que vivir es construir futuros recuerdos.

En una atroz concordancia, cuando el pasado año se hablaba del principio del fin (el fin de los atentados armados) yo nunca pensé en el fin. Pensé que nuestro fin era el principio. Pero lo otro era destructivo y ya sabes que no me gusta nada eso, que no justifico ninguna guerra, no me gustan siquiera los altisonantes, no entiendo lo que destruye. Pero lo nuestro era una construcción, algo idílico que fue tomando cuerpo, que tuvo sus bajos, sus altos, con tonalidades, pero sumergido irremediablemente en la esperanza que es tan abstracta a veces, que no se cristaliza nunca, pero existe y nos da sentido; ilusión.

Te recuerdo. No como quisiera, temporalmente al menos, ya que ese recuerdo hubiera querido que estuviera referido a instantes recientes, pero no hay nada mejor que la realidad tangible para ese baño que da rigor a la pérdida.
A veces llevo tu sonrisa en mi bolsillo. Me resulta embarazoso cuando realizo alguna compra y en plena búsqueda de intercambiar lo que tenemos con lo que nos ofrecen, me topo con aquella boca que elevó mi placer al sentimiento. Hube de comprar algún atún en lonchas para darme cuenta.

Recuerdo nuestro primer encuentro, la primera vez, el primer sonrojo. Uno siempre tiene ese candor: el mismo de la pubertad cuando miramos a alguien por primera vez con un interés mayor, con algo sobrescrito que únicamente dos pueden interpretar. Quizá pienses que me voy en palabras, y si esto quiere ser una explicación sobre lo que nos pasó, sobre mi mismo, quizá no entiendas tanta profusión lenguística. Pero querida Laura, quiero contarte, decirte, lo que ha pasado por mi corazón en este tiempo, pero también me lo digo, me lo repito a mi mismo. Es como si aprovechara para contárselo a dos personas a la vez.
No creas ni por un momento que estar a tu lado fue, pero en nada querer ser como los demás, como aquellos que están juntos pero no saben que los une, que los retiene a permanecer en ese estado. Quería, necesitaba que todo fuera diferente. Me gustaba tu preocupación, tus gestos, tu mirada, tu dulzura…y tu Cocido (porque no decirlo) que disfrutaba sentado a la mesa de tus encantos.

Un año Laura. Un año de lucha entre querer conciliar contigo sin que notaras casi mi indiferencia en algunas circunstancias y mi deseo frustrado de correr desesperadamente lo más cerca de tu cuerpo, de tu vida.
Así viví. Así asistí a la convocatoria de mis primeras y últimas Fiestas Falleras. A aquel mercadillo librero de La Gran Vía donde no supe seleccionar el libro concordante con la asfixia de mi estado de soledad: soledad de ti, soledad impuesta de todo aquello que significara que no estuvieras a mi lado. Todo me era igual.
Estoy tratando de ser lo más sincero posible, lo que me permite la educación que recibió mi conciencia, aquella que condiciona de alguna manera nuestra forma de pensar, de ver la realidad, de imaginar y crear algunas ficciones que nos dan ese lugar al que pertenecemos.
Hoy fue un día de cine. No se porque a veces nos empeñamos en ponerle sal a la herida. El título de la película me animaba aún más a sentir tu falta:
“Mis días sin ti”: Argumento tristemente cómplice de alguien que lo pierde todo, y cuando hablo de todo, sabes bien que no me refiero a algo material. El personaje deja un mensaje final:
“He dejado los armarios vacíos, tan vacíos como mi esperanza de recuperarte. No me esperes, me voy al trópico”

Regresé más abrumado que cansado y hurgando en mi polvorienta biblioteca, justo al lado de aquel diccionario de antónimos y parónimos, encontré un libro de tapas azules: también te trajo a mi. Pero me detuve en el diccionario: busqué la palabra amor, seguidamente decía: odio. No era lo que tenía pensado como antónimo, hubiera concebido mejor la indiferencia.
Será porque la tuya, tu indiferencia, me desequilibraba más que si me hubieras odiado, si me odiaras Laura, me darías la oportunidad de reconquistarte. La indiferencia no da oportunidades.

Me vienen a la memoria, tantas cosas…..aquel día por ejemplo en que compramos dos pulseras, dos baratijas que de alguna manera nos unían.
Nunca te dije, pero luego de unas semanas, volví al lugar, y compré otra igual a la que nos regalamos, porque me parecía iba a perder aquella primera. Compré otra igual para que supieras que nunca me había olvidado: aún conservo las dos.

Si te dijera por ejemplo: 12 de febrero, para ti no significaría nada, pues para mí fue la noche del silencio y del abrazo, esa noche que al acontecer del tiempo no me dejó dormir, sentí lo mismo que en aquellos momentos, pero más exacerbado, quizá se disipaba, pero tuve la sensación de estar volando. Fue quizá la última noche que hicimos el amor.
Querida, es la segunda. Quizá la tercera, no lo se, pero son las veces que estoy tratando de terminar esta carta: de disfrazar mi despedida con algún antifaz de alegría, con alguna sintomatología que renueve aquella idílica esperanza.

Lo siento, no se me ocurre nada más acorde para el caso, que pensar en una cena que se pretende íntima y donde las velas no se han encendido, en un tigre que bosteza su aburrimiento en espera del fracasado regreso de su tigresa o quizá en el propio suscriptor de esta misiva que en unos momentos cerrará la puerta tras de sí, formando un eco de palabras que resonarán largamente en el ambiente, dejando tan vacía la esperanza como armarios imaginarios que nunca fueron compartidos:
No me esperes, me voy al trópico.

Julián

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